lunes, 1 de agosto de 2022

La traición en los Castillos de arena de Silvia Almada

 

La traición en los Castillos de arena de Silvia Almada

 

Dante condenaba a los traidores al último círculo infernal, al lado de Satán. Allí estaban tres de los mayores traidores de la historia universal: Bruto, Casio y Judas Iscariote. En los tiempos que corren, la traición sigue siendo tema de la literatura, y por supuesto en el plano de lo real. Pero la ficción nos enseña a reflexionar sobre la traición desde lugares renovados y reinventados. 

La traición es un tema recurrente en la narrativa del libro Castillos de arena de la escritora pilarense Silvia Almada. En las narraciones que ocupan la primera parte del mencionado libro, la mayoría de los y las protagonistas de sus historias padecen y/o son responsables de traicionar al otro o a la otra.

La traición, desde un punto de vista moral, llega a convertirse así en el drama de estas historias, esos puntos de conflicto, en el cual se unen cada uno de estos argumentos. Así, en El sillón de Josefina se puede observar a la mujer que traiciona y al hombre traicionado. Las pruebas de la traición aparecen en las cartas que lee el protagonista, haciendo avanzar la historia que termina trágicamente.

En su conferencia “La formas de la traición en la literatura argentina”, Liliana Heker (2017)[i] dice:

“la figura del traidor es monolítica, no tiene fisuras y remite, sin apelación, a lo abominable” (…) “basta acercarse a las formas precisas que toma la traición en cada caso para advertir que, vista de cerca, expande y a veces desdibuja su significado. Ocurre que es una actitud subjetiva por excelencia: tiene un ejecutor y un destinatario, además de un medio social que ve lo que ve y, desde sus convicciones, adhiere a uno o a otro. ¿Quién traiciona, y a quién, y para qué?”

A partir de estas tres preguntas, se puede decir que, en El sillón de Josefina, la que traiciona es Josefina; ella traiciona a Joaquín y lo hace por pasión/amor. Por lo tanto, la pasión/amor se convierte, en este caso, en motor de la traición. 

Pero si en alguna narración se reflexiona puntualmente sobre la traición, esta es La cadena del mejor amigo, en la cual se puede analizar el peligro que esconde el hecho de contarle intimidades a las amistades. Los secretos nunca están bien guardados cuando alguien más los conoce. Por eso la narradora recurre a soluciones como el psicólogo o la confesión cristiana, discursos que serían más seguros a la hora de guardar un secreto. De esta manera se advierte, sobre el peligro de la amistad, ya que “los hombres y las mujeres jamás dejan de anteponer los propios intereses a los ajenos”. El egoísmo, en este caso, podría ser el responsable de la traición. Y es a través de consejos como “toda persona debería ser mejor amiga de sí misma” que se llega a la conclusión de que no hay que confiarle los secretos a nadie. Para esto, se recurre al invento del concepto “mejoramiguismo”, el cual no es “simétrico” sino “transitivo”; dicho concepto es explicado a través de la analogía que guarda una relación de amistad con las “propiedades matemáticas”.

La traición como tema literario en la literatura argentina aparece en el tango, en la gauchesca, y en la narrativa, muy explícita y trabajada especialmente en la borgeana [ii] y en la de Roberto Arlt[iii]. En Borges, la traición es política, pero en Arlt, la traición es humana y, valga la redundancia, una expresión del expresionismo. 

En La pasajera y el ciclista, otro de los cuentos de la autora, la traición no llega a concretarse. Es una posibilidad, pero aunque se presenta como tal, se muestra que es posible no traicionar. El destino cumple un papel fundamental en esta historia, tanto para el protagonista como para la coprotagonista: “Sólo hacía un alto en una plaza del centro, antes de ingresar en la calle que lo llevaría hasta su destino.” El destino del ciclista es encontrarse con la joven, pero este destino se tuerce rápidamente ante la resignación, y de esta manera, la joven también cumple su propio destino: “Ella cruzó a la vereda de enfrente, ascendió al micro y regresó a su destino.” De esta manera, cada uno de los dos personajes sale de una espacialidad, entran a otra y vuelven a salir de esta última para finalmente volver a sus vidas; es la historia de un amor imposible, porque no se han animado a traicionar, de lo contrario sería un amor posible. Por lo tanto, y a diferencia de El sillón de Josefina, el amor también puede ser capaz de ganarle la batalla a la traición.

De esta manera, se puede arribar a la conclusión de que la traición cumple en la narrativa de Castillos de arena distintas posibilidades: puede concretarse, produciendo así un desenlace trágico, en segundo lugar puede ser motivo de reflexión, y por último puede ser evitada para no producir daños a terceros, aunque pagando con el costo de la infelicidad.

 

JORGE DARGET.



[i] Breves - Copyright © LA NACION - URL: "https://www.lanacion.com.ar/920045-breves

[ii] Tema del traidor y del héroe.

[iii] Los siete locos y Los lanzallamas.

sábado, 14 de mayo de 2022

La venganza de la esclavista

 La venganza de la esclavista



Freyre ya nos advirtió sobre la violencia desmedida de esas esclavistas brasileñas; pero yo quise comprobarlo por mi cuenta.  

Cuando viajé a Brasil, lo primero que hice fue averiguar por esas tales “señoras de ingenio”.  

Una negra me contó la historia de sus ancestros: 

“A mí me la contó mi madre”, dijo en un portugués lánguido, “y a ella su madre; y así esta historia fue pasando de boca en boca. Mi negra ancestra fue una de las primeras en vivir en esa época de esclavitud. Vino del África bañada en lágrimas para bañarse en sudores. La llevaron a una de las casas y allí sirvió y sirvió hasta el cansancio a una noble familia portuguesa.  

Por las noches miraba el cielo y cerraba los ojos, trataba de recordar su religión, su música, sus bailes, hasta su lengua; como si cerrando los ojos pudiera escaparse a otra realidad, negando aquella tan triste. 

Durante el día vivía para su ama. Limpiaba, cocinaba, y era ama de leche. Hizo debutar a unos cuantos jovencitos en la familia; todos estaban al tanto de esos asuntos. Pero lo que nadie sospechaba, era que el señor de la casa tenía una predilección por ella. Sus pechos negros lo enloquecían, su boca morada era carne jugosa comparada con los frígidos labios pálidos de su mujer, sus nalgas prominentes lo llevaban por cabalgatas interminables en un desierto mahometano que lo alejaba cada vez más del cristianismo, sus ojos negros le recordaban la inmensidad, la hondura y el misterio de la noche.

Así fue que el pecado se fue concibiendo, poco a poco, en secreto, como deben concebirse los pecados; porque así lo mandaba por aquellos tiempos la iglesia.  

La negra conoció el infierno el día que su ama decidió darse cuenta de lo que estaba sucediendo; ya lo sabía, pero, paradójicamente, decidió blanquear la situación. Primero enfrentó a su marido, le dijo que nunca más volviera a tocarla. ¿A la negra? No, a ella. Luego llegó el momento de vengarse de la negra. ¿Cómo haría para mirarla a los ojos?  

Lo primero que hizo fue encerrarla y atarla en uno de los cuartos vacíos de la gran casa. Le reprochó en su portugués brusco y bien acentuado todo lo que habían hecho por ella. Le recordó los años de servicio y la posición que ocupaba entre todas las esclavas. La negra no podía mirarla a los ojos. Fue ahí cuando se le ocurrió la cruel y terrible venganza: se los arrancó y la dejó agonizando con vida hasta que se murió desangrada.  

Los ojos fueron servidos como cena al señor en la misma noche de la supuesta reconciliación. Aún estaban rodeados de sangre y parecían mirar al hombre como suplicándole ayuda”.  





Cuento publicado en Antología Un viaje por Latinoamérica 2020 del Taller Literario Letras Rabiosas.


Jorge Darget