viernes, 29 de enero de 2021

EL AMOR DUELE


 


 EL AMOR DUELE


Duele en un paseo por alguna vereda del sur 

a cada paso, entre montañas, cruje la nieve

y el frío envuelve la cara

nariz roja, orejas heladas y mejillas rosadas

las manos dentro de los bolsillos


El amor duele, duele el amor


En un paseo por alguna playa del Caribe

y cada ola, bajo el sol, estalla entre las rocas

y la cálida brisa envuelve el torso desnudo

brazos dorados, piernas tostadas y espalda tibia

las manos estrujan la arena caliente


El amor duele, duele


En un paseo por la selva amazónica

en cada gota, cuando las nubes en el cielo revientan 

y las hojas envuelven el cuerpo asustado 

el rostro mojado y los pies descalzos

las manos suplican llenas de barro


Que no duela más el amor, 

que no duela




IMAGEN: ALDANA FALCÓN ROJAS 

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lunes, 11 de enero de 2021

¡Ahí sa… le agua!

 ¡Ahí sa… le agua!


Carlos se despierta sudando de la siesta, con la garganta seca y todo empapado. Es pleno verano y la temperatura marca unos treinta y cinco grados. Le cuesta ponerse de pie, se tambalea y siente que su cabeza va a estallar.

Al llegar a la cocina ve a su mujer que se está abanicando. Se miran como resignados. Él se acerca a la canilla y apenas sale un hilito de agua. 


—Maldición —dice con la cara enrojecida y la marca de las sábanas pegadas a la cara.


—Juntá lo poco que sale así la guardamos en la heladera —le dice su mujer y, con las pocas fuerzas que le quedan, apoya su cara sobre el vidrio de la mesa, que al menos está fresco, aunque la temperatura de su rostro lo calienta. 


—¡Qué hijos de puta! Toda la vida laburando para estar así —dice Carlos rascándose la panza y busca el número de Aysa para hacer el reclamo. 


—No te gastes —le advierte su mujer—, estuve llamando todo el día y nadie atiende. 


—¡Pero la re puta madre que los re mil parió! 


Carlos se va al baño y no se aguanta las ganas. Quería hacer lo primero, pero lo segundo estaba en puerta. Intenta tirar la cadena y nada. No hay agua, ni siquiera un balde lleno para tirar. Teresa se queja del olor. Le dice que por qué no fue a cagar a la plazita. Él le contesta que la próxima va a ir a cagar a la puerta de Aysa y que después se va limpiar el culo con la boleta. 


Hace días, desde que comenzó el verano que en Villa Morra no hay agua. Carlos maldice a todos los condominios y a toda la gente que hizo guita con esos gallineros de lujo que hicieron en cada terreno. “La gente pensó que por vivir acá iba a tener un mejor nivel de vida. Y lo único que hizo fue cagarnos la vida a nosotros que vivimos acá hace décadas”, piensa y sigue mirando la canilla desbordado de bronca y angustia. Se sienta al lado de su mujer. 


—Si mañana esto sigue así, me preparo la carpa y nos vamos al río. 


—Yo no me muevo. 


—Mirá, Teresa, hace mucho que no vamos. No me parece mala idea —le dice con tono conciliador.  


—Te dije que no voy. Dejame en paz. 


Ahora Carlos apoya su cara en el vidrio de la mesa también. Respira y empaña el vidrio. Están sofocados. No es solo el agua. Sienten que su matrimonio pasó de ser un torrente de agua a una sequía sin remedio. Se odian más de lo que se aman. Se odian tanto como odian a Aysa. 


De repente comienzan a escuchar un goteo, luego un chorrito —Al crujido no lo escuchan— Carlos mira la canilla.  


—Ahí sa… le agua —dice Carlos. Pero el agua vuelve a hacerse hilo y a gotear y desaparece. La cara de carlos vuelve a apoyarse sobre la mesa. 

El vidrio estalla en veinte mil pedazos. 


Foto: gentileza del periodista Augusto Fernández Díaz


jueves, 7 de enero de 2021

¡E´ DE NO cReer!

 ¡E´ DE NO cReer!


Muchas veces, nuestros pensamientos más profundos,
aparecen en el lugar menos pensado. 


Cuando llegó la boleta de luz, Zulma casi se muere: ¡doscientos mil pesos! 

Esto sucedió después de que cambiaron la tapa del medidor. La mujer no le quiso decir nada a su marido porque, unos días atrás, él había tenido fuertes dolores en el pecho. 


A los pocos días, Ricardo le preguntó si no había llegado la boleta. Zulma terminó confesándole que sí, pero que llamó para hacer el reclamo porque vino un precio equivocado. 


—¿Cuánto? —preguntó Ricardo preocupado. 


—Llegó una boleta de doscientos mil pesos.


Ricardo se rio. Le pidió que le mostrara la boleta y le preguntó por qué no se lo había dicho. 


—No quería que te preocuparas —confesó Zulma mientras se pintaba las uñas.  


—Pero si es imposible que gastemos esto. ¿No será lo que pusimos aire acondicionado? Yo sabía que esas cosas eran caras. ¡Te lo dije! Nunca me escuchás... Esas cosas no son para gente como nosotros.


—No, Ricardo. Imposible. Ese precio es un error. Es una locura. Es imposible de pagar. 


—Nosotros no tenemos ese dinero. 


—Mañana voy a ir a hacer el reclamo, porque no atienden el teléfono. Te atiende una maquinita que te lleva de un lado a otro, y nada —dijo Zulma decidida, al tiempo que se terminaba de pintar las uñas de un rojo pasión, o quizás un rojo furia, nadie sabría distinguirlo.    


Al otro día, Zulma se acercó hasta la sucursal de Edenor y vio que la cola llegaba hasta la esquina. Le preguntó al último de la fila si era para reclamos y este le dijo que sí. Zulma decidió quedarse en la fila, y no acercarse a la puerta; aunque era jubilada, no le gustaba que se notara y mucho menos que le tuvieran compasión. 

Mientras estaba en la fila recordaba cómo había conocido a Ricardo: en la fiesta del club Atlético, hacía ya más de cuarenta años. Él la sacó a bailar y ella aceptó. Pero lo que vino después fue terrible. 

Por suerte la fila avanzaba rápido, las personas tenían casi todas la misma queja: los precios desorbitantes que la empresa facturaba. Ella no quería engancharse en el chusmerío, siempre se sintió distinta a los demás. Aunque en realidad era una simple mortal que iba a hacer un reclamo como cualquier ciudadano. Siempre quiso triunfar como pintora, pero su marido quiso un hijo tras otro. 

Mientras la fila avanzaba, Zulma comenzó a pensar que su vida había sido muy desgraciada. Que su carrera había sido pospuesta siempre por los reclamos de su marido. Si ella tendría que haber reclamado cada vez que lo creía conveniente, se habría pasado la vida haciendo fila. Porque además sabía que en esa fila, siempre había una gran cantidad de mujeres. 

Zulma estaba por llegar a la puerta, cuando de repente miró hacia atrás y vio que la fila seguía llegando a la esquina. Solo que ahora estaba a punto de entrar para hacer el bendito reclamo. En ese momento, decidió salirse de la fila. Caminó decidida hasta su casa y al llegar le dijo a Ricardo que tenían que pagar sí o sí los doscientos mil pesos. 


Ricardo sintió un dolor agudo en el pecho. Zulma llamó a la ambulancia, que tardó en llegar casi el mismo tiempo que ella había estado en la fila de Edenor. 


Jorge Darget


Foto: gentileza del periodista Augusto Fernández Díaz