La desaparición de Ichabod
“Aunque registraron todo el arroyo, no lograron descubrir el cadáver”. Estas fueron las palabras que escuché de Balt Van Tassel, las cuales me llamaron poderosamente la atención durante la entrevista que tuve con él, al otro día de la desaparición del maestro. Buscaban un cadáver, rechazando categóricamente la posibilidad de que Ichabod todavía siguiera con vida. El viejo fue el primer sospechoso desde que comencé a investigar el caso. Por un lado, porque si se consideraba a Ichabod como pretendiente de su hija, existía la posibilidad de que la mejor manera de alejarlo de ella era la desaparición.
El otro sospechoso era Brom el Huesudo, quien competía con el maestro por el amor de Katrina. Ambos pretendientes reconocían en el otro a un rival y por todo el pueblo ya se murmuraba que el desenlace sería fatal; lo cual era bastante evidente, porque entre el charlatán y el hombre práctico, siempre gana el segundo, puesto que, lo importante en la vida, al fin de cuentas, es lo trascendental. La hipótesis más fuerte era que Brom el Huesudo lo había perseguido haciéndose pasar por el Turco Galopante para alejarlo del pueblo.
Hans Van Ripper, había sido descartado de mi lista de sospechosos porque lo único que le preocupaba era recuperar su montura. También descarté al viejo Brouwer, quien confesó que mientras narraba su historia había intentado asustar al pedagogo. Pero no había ninguna razón para sospechar de él, puesto que al hombre le gustaba asustar cotidianamente a su audiencia en cada oportunidad que tenía.
El misterio comenzó a develarse cuando acudí a la escena del crimen y pasé de la deducción a la inducción —más tarde pasaría nuevamente de la inducción a la deducción para finalmente darme cuenta de que son complementarias—. “Los dos pares de camisas y los dos pares de medias” fueron reconocidos como propiedad de Ichabod; se los pudo asociar al desaparecido, porque siempre llevaba puesta la misma muda. Con respecto a “las dos corbatas”, sucedió algo parecido y, como eran negras, pero estaban gastadas, no hubo duda de que ese color grisáceo le pertenecía al maestro. Los “dos o tres pares de calcetines de punto” que estaban agujereados en las puntas y “el par de calzoncillos de corderoy viejos” —nadie podía afirmar con certeza que le pertenecían—, eran los restos de Ichabod; no había dudas.
¿Pero eso significaba que estaba muerto? ¿Que había sido asesinado? De ninguna manera, puesto que tarde o temprano el cuerpo tenía que aparecer. Por lo tanto, solo había dos opciones: la primera, que Ichabod plantó la escena haciéndose pasar por víctima y terminó huyendo por algún motivo que solo él conocía —o conoce, por el momento—. La segunda, que otra persona plantó la escena para hacer desaparecer a Ichabod, ya sea este un arreglo o a la fuerza. Entre las dos, mi intuición me llevó a decidirme por la segunda, puesto que me costaba imaginar los motivos por los cuales Ichabod querría renunciar a su amada. Para eso hice una larga lista de posibilidades, y de las ciento cuarenta y nueve que se me ocurrieron, ninguna me pareció convincente. La posibilidad del jinete sin cabeza estaba totalmente descartada por una razón muy simple: yo nunca creí en fantasmas.
Ahora bien, ya que me había decidido por la segunda hipótesis, tenía que recrear el momento de la desaparición de Ichabod. Así, me pareció importante comenzar por recordar que el hecho sucedió a la hora más embrujada de la noche, cuando se oculta el sol y cae la luna. Decididamente, el pedagogo habría sido perseguido por algún espectro, puesto que, aunque se encontraron rastros y huellas de lucha, las mismas solo pertenecían a Ichabod. Como si el hombre hubiera peleado con sus propios miedos. La mayoría de los invitados a la fiesta comentaron que percibieron el temor en los ojos del maestro cuando se contaban las historias más tenebrosas del pueblo. Pero la broma de Brom era imposible, porque como ya dije antes no había huellas. Solo alguien que se confundiera realmente con la noche podría ser capaz de cambiar el destino de Ichabod. Solo alguien que conociera bien el bosque podría haber torcido el rumbo de Ichabod. Y Brom no era el indicado, porque su brutalidad se habría hecho notar. La clave estaba en la perspicacia, algo muy diferente a la inteligencia. Y entonces fue ahí cuando me encaminé a la casa de Balt Van Tassel.
Llegué de noche, cual jinete, pero con cabeza. Y al acercarme a la casa pude ver que una luz se había encendido y apagado. Me acerqué a la ventana cautelosamente y pude observar, en penumbras, a Katrina besándose apasionadamente con… ¿acaso era una sombra? No, de ninguna manera. Agudicé mi vista y pude percibir al lado del rostro angelical de la dama una cara oscura y lustrosa que ponía los ojos en blanco y abría su boca con una sonrisa de oreja a oreja exhibiendo unos brillantes dientes de marfil.
El caso estaba resuelto, Katrina con la ayuda de su amante, montaron la escena. Y no solo se encargaron de revivir esa noche la leyenda del jinete, sino que además se ocuparon de borrar todas las huellas y preparar la escena del crimen perfecta. Me acerqué al granero, liberé a Ichabod y le aconsejé que huyera lejos y rehiciera su vida en otra parte, lejos de Sleepy Hollow, porque nadie le creería si contaba la verdad.
El resto ya es leyenda.
Publicado en la 2º Antología de Autores Locales de Pilar 2025
