Una razón suprema rige todas las cosas:
La razón de la hormiga y el cambio de la luna.
Ezequiel Martínez Estrada
Estaba yo sentado en el patio de mi casa, cuando vi de
repente pasar a una hormiga con un trocito de pétalo de malvón fucsia que
caminaba elegantemente en dirección quién sabe a dónde. Me llamó la atención el
contraste de su color negro con su cargamento fucsia y me quedé observándola
unos instantes. Inmediatamente vi que detrás de ella venía otra hormiga vestida
de verde pasto y me pareció que bailaba, al ritmo del silbido del viento. Me di
cuenta en ese momento de que lo que estaba viendo no era un desfile de hormigas
que trabajaban sino una comparsa, un carnaval.
Detrás de ellas dos venía un número interminable de
hormigas que parecía disfrutar del calor de febrero y de algunas pequeñas
gotas que empezaban a caer a su alrededor. Parecía que danzaban y festejaban
mientras marchaban por el patio de mi casa. De repente vi que una carroza de
pétalos de jazmines se aproximaba muy rápidamente y que desprendía un aroma
exquisito con el que todas las hormigas parecían extasiarse. Sus patitas
danzaban rítmicamente y movían sus cabezas hacia ambos lados tratando de
saludarme y de llamar mi atención. Detrás de la carroza de jazmines, llegaba
una nueva fila de hormigas multicolores disfrazadas de alegrías del hogar, cada
una llevaba flecos de colores que se mezclaban en una coreografía que creaba
círculos que giraban, se comprimían y se volvían a expandir en movimientos
meticulosos pero festivos.
A continuación, se veía una hormiga que bailaba arriba de
otra y esta otra arriba de otra y así hasta alcanzar una altura de más de cinco
centímetros, mantenían un equilibrio sorprendente a pesar del viento que
silbaba y las gotas que caían a su alrededor que apenas las salpicaba
transformándose en millares de gotas imperceptibles para el ojo humano, pero
que yo podía ver.
Me invitaban a bailar, seduciéndome con su ritmo
contagioso y vibrante. Yo movía mi pie acompasadamente y veía como disfrutaban
de su fiesta interminable. Me saludaban, me sonreían y me tiraban besos. Sus
caderas se movían sensualmente y desplegaban una y otra vez caravanas de
flores, pétalos, trozos de pastos y palillos con los que tocaban una percusión a
un ritmo muy contagioso que jamás había escuchado en mi vida.
Las gotas se volvieron más intensas y vi que las hormigas
se desparramaban, se comprimían y descomprimían a la vez que seguían bailando y
soportando el viento que se hacía más intenso. Se habían formado charquitos de
agua que no las dejaban avanzar, pero ellas los rodeaban, danzaban en sus
bordes y chapoteaban mientras cantaban canciones inarticuladas para mi oído. De
repente, una hormiga perdió su disfraz, salió volando de ella como si una fuerza
poderosa se lo hubiese quitado, luego vi que todas las hormigas estaban
perdiendo sus disfraces, que empezaban a correr desesperadas y que huían de la
tempestad que se les venía encima.
Las carrozas quedaron destrozadas, la inundación había
causado el ahogo de algunas de ellas; solo pocas hormigas lograron
escapar. Me quedé mirando el patio, ahora vacío, cubierto de agua, y entonces
miré el cielo y comprendí que ante él todos éramos tan inocentes, ignorantes e
indefensos que jamás llegaríamos a comprender lo que hay más allá.
“Un apetito que
espera la lluvia
Y el paso de las
hormigas.”
José Lezama Lima