sábado, 6 de junio de 2020

Un desfile de hormigas en carnaval


Un desfile de hormigas en carnaval

 

Una razón suprema rige todas las cosas:

La razón de la hormiga y el cambio de la luna.

Ezequiel Martínez Estrada

 

Estaba yo sentado en el patio de mi casa, cuando vi de repente pasar a una hormiga con un trocito de pétalo de malvón fucsia que caminaba elegantemente en dirección quién sabe a dónde. Me llamó la atención el contraste de su color negro con su cargamento fucsia y me quedé observándola unos instantes. Inmediatamente vi que detrás de ella venía otra hormiga vestida de verde pasto y me pareció que bailaba, al ritmo del silbido del viento. Me di cuenta en ese momento de que lo que estaba viendo no era un desfile de hormigas que trabajaban sino una comparsa, un carnaval.

Detrás de ellas dos venía un número interminable de hormigas que parecía disfrutar del calor de febrero y de algunas pequeñas gotas que empezaban a caer a su alrededor. Parecía que danzaban y festejaban mientras marchaban por el patio de mi casa. De repente vi que una carroza de pétalos de jazmines se aproximaba muy rápidamente y que desprendía un aroma exquisito con el que todas las hormigas parecían extasiarse. Sus patitas danzaban rítmicamente y movían sus cabezas hacia ambos lados tratando de saludarme y de llamar mi atención. Detrás de la carroza de jazmines, llegaba una nueva fila de hormigas multicolores disfrazadas de alegrías del hogar, cada una llevaba flecos de colores que se mezclaban en una coreografía que creaba círculos que giraban, se comprimían y se volvían a expandir en movimientos meticulosos pero festivos.

A continuación, se veía una hormiga que bailaba arriba de otra y esta otra arriba de otra y así hasta alcanzar una altura de más de cinco centímetros, mantenían un equilibrio sorprendente a pesar del viento que silbaba y las gotas que caían a su alrededor que apenas las salpicaba transformándose en millares de gotas imperceptibles para el ojo humano, pero que yo podía ver.

Me invitaban a bailar, seduciéndome con su ritmo contagioso y vibrante. Yo movía mi pie acompasadamente y veía como disfrutaban de su fiesta interminable. Me saludaban, me sonreían y me tiraban besos. Sus caderas se movían sensualmente y desplegaban una y otra vez caravanas de flores, pétalos, trozos de pastos y palillos con los que tocaban una percusión a un ritmo muy contagioso que jamás había escuchado en mi vida.

Las gotas se volvieron más intensas y vi que las hormigas se desparramaban, se comprimían y descomprimían a la vez que seguían bailando y soportando el viento que se hacía más intenso. Se habían formado charquitos de agua que no las dejaban avanzar, pero ellas los rodeaban, danzaban en sus bordes y chapoteaban mientras cantaban canciones inarticuladas para mi oído. De repente, una hormiga perdió su disfraz, salió volando de ella como si una fuerza poderosa se lo hubiese quitado, luego vi que todas las hormigas estaban perdiendo sus disfraces, que empezaban a correr desesperadas y que huían de la tempestad que se les venía encima.

Las carrozas quedaron destrozadas, la inundación había causado el ahogo de algunas de ellas; solo pocas hormigas lograron escapar. Me quedé mirando el patio, ahora vacío, cubierto de agua, y entonces miré el cielo y comprendí que ante él todos éramos tan inocentes, ignorantes e indefensos que jamás llegaríamos a comprender lo que hay más allá. 

 

“Un apetito que espera la lluvia

Y el paso de las hormigas.”

José Lezama Lima



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